By Zaida Romero Robinson
Compilación del libro “el Archipielago” publicado en 1913 y escrito por Emilio Eiton.
Este libro donde el autor mezcla con un poco de poesía la aventura que fue visitar el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Sta. Catalina, por primera vez nos lleva a conocer como fue, como era muestra tierra en esos lejanos días, vista a través de los ojos de un extraño…
El Buque Cartagena |
…desde que el destino nos empujó a conocer a nuestro archipiélago nos embarcamos en “El Cartagena” para la instalación del telégrafo sin hilos, el 22 de Octubre era la fecha de zarpe, llegaron los ingenieros alemanes de Telefunken y la esposa de uno de ellos quien cargaba con un zoológico personal, un tigre, una culebra, un zorro y mil loros y cacatúas y no sé cuántas fieras más.
El tigre, un cachorro de monstruo imponía respeto y temor, nunca lo dejamos acercarse a nuestras piernas para restregarse y así calmar la ansiedad que le causaba estar en territorio de tiburones, el zorro era divertido y el sí tenía acceso a nuestras pantorrillas sus pequeñas patas y hocico puntiagudo nos hacían gracia, la culebra no, definitivamente nos inspiraba terror y las cacatúas nos vuelven locos,…
La gente apretujada en el castillo contempla el magnífico paisaje, algunos afortunados sentían el cálido beso de la santa madre, la esposa o las lágrimas conmovedoras de los hijos; otro no compartían esa fortuna y solo tenían la fría despedida de un puerto ajeno y gentes ajenas, Oh! qué triste es partir sin tener quien les diga! ¡No me olvides!
Caño de Loro, Leprosorio desde 1806 |
Pasamos caño de Loro con el corazón apretado por el pesar, es la mansión del dolor, donde viven tantos desgraciados con el alma purificada por el dolor y el cuerpo podrido en vida, siempre que pasamos por allí desviamos la mirada, bendiciendo a quienes allí trabajan para aliviar el dolor de tantos infelices.
Nos ataca un chubasco y luego la niebla lo cubre todo, el buque disminuye la velocidad y cuando se disipa la niebla nos encontramos con un mar en calma como un espejo, ¡Sí! estamos en pleno océano y ¿adónde vamos?!A nuestras islas¡ !Avante a toda marcha¡…
Teníamos que calibrar la brújula en Cartagena pero un sin número de inconvenientes nos lo impidió, así que debíamos usar una tabla de desvíos para encontrar el rumbo correcto, teníamos problemas, eran las 12:52 cuando vimos venir del Oeste un trasatlántico mercante que resulto ser alemán y en grandes problemas pues perdió su rumbo desde islas del rosario, rectifico su camino y nos saludó, contestando nosotros al momento, un buque es la extensión de la patria, descienden las banderas lentamente porque así lo estipula el protocolo, esta distracción nos hizo olvidar que estábamos empapados por el chubasco anterior y llamamos a nuestro mayordomo que también era el medico de a bordo, con solo mirarnos diagnóstico: ¡FIEBRE!
unas pastillas que nos calmaron bastante contemplamos un hermoso crepúsculo, siempre imponente, mostrándonos la grandeza de lo Divino.
En la noche la estrella polar, segunda en importancia para los marinos, nos mostró que seguíamos el rumbo correcto.
Día 23 de Octubre: con la magnífica escena de la salida del majestuoso sol y la molestia por la calentura, toco la diana y todos a sus quehaceres, los paleadores de carbón eran quienes más respeto imponían en el buque, su esforzado trabajo les merecía el mote de mártires, este buque que debería contar con al menos 9 oficiales, solo tiene un mísero puñado que no alcanza ni para la guardia: un escéptico moderno muy bueno con los números, le llamamos “el tío de las cuentas”; otro es el filósofo, maestro en el vivir, se entiende con la artillería del buque y el tercer personaje, fuera de mí, no cumple ninguna función en el buque más que conocer los achaques del mar, viejo lobo de mar, su palabra era final y solo sonreía cuando el mar ponía mala cara.
Estos tres personajes y yo ocupábamos el tiempo en el puente meditando y estudiando la vida, pensamos que la telegrafía sin hilos llegaría ser el fin de la navegación, todo se haría a la distancia y pasaríamos a ser obsoletos, solo zarparíamos y desde San Andrés nos dirían aquí, aquí estamos.
De repente nos sentimos solos en medio del mar, la noche pasa y nada cambia.
Día 24 de Octubre: hermosa mañana como la anterior, al contemplar el espectáculo viene a nuestros labios la oración del navegante: ¡Oh Señor! Tu eres dueño del cielo y del mar, haces la calma y la tempestad, ten de estos pobres, Señor, piedad, piedad, piedad.”
Esa tarde sufrimos un percance que nos hace perder cuatro horas, un recalentamiento, no pudimos fondear pues el ancla no llegaba a encontrar fondo, la corriente y el viento nos llevaron fuera de la ruta, a las 4 de la tarde dimos con el islote “Cor Town” luego a las 5 de la tarde con el grito de ¡TIERRA, Bendito sea Dios! vimos el islote nombrado S.S.E. el islote esta deshabitado, no tiene prominencias y solo se ven arboles a nivel del mar, era peligroso estar en esas aguas.
Día 25 de Octubre: temprano se dio nuevamente el grito de Tierra, allí estaba efectivamente San Andrés al ir acercándonos vimos que no eran tierras planas como nos habían dicho, al contrario, avanzando se veían caseríos ubicados en una colina pequeña.
La gente toda esta alegre, ver tierra después de tres días en el mar siempre es un alivio, entre mas no acercábamos, menos entendíamos la configuración del puerto. Lleno del mar, veíamos goletas fondeadas cerca del poblado, sin abrigo alguno, la superficie de las aguas no tenía barrera alguna, iban a morir directamente a la playa. Según se veía, no había entrada alguna, para fondear solo bastaba echar proa a las goletas más grandes.
Que errados estábamos, no teníamos más guía que las cartas náuticas donde las islas eran solo puntos casi invisibles, desde allí no veíamos la defensa del puerto, el rosario de arrecifes que no vimos por tener buen tiempo y pocas olas, por el sur a poca distancia de tierra firme se encuentra la única entrada, se ve sencillo pero había que conocer la entrada, seguimos el cordón escrutando el horizonte, a la izquierda hay un caserío llamado San Luis de donde se desprende una pequeña cordillera que va a morir de tajo al otro lado de la isla. En la cima de la diminuta cordillera se adivinan regadas como copos de nieve, pequeñas casitas con un encanto poético al estar situadas entre las esbeltas palmeras, al centro de la elevación se destaca una construcción que por su forma y la cruz de su techo nos dicen que es una iglesia. El caserío de San Luis se ve grandioso, con casas de material con sus techos pintados de rojo, elegantes chalets, villas austeras y muchas construcciones más, pensábamos que la isla sería un pueblecillo misérrimo y nos encontramos con un hermoso conjunto que llenaba nuestro espíritu y nos tenía embelesados, de la orilla se desprenden varios botes a vela quizás alguno tenga el técnico que pedimos.
Mientras esperamos a la orilla del arrecife pudimos contemplar el magnífico espectáculo que ostenta el mar: verde esmeralda, rojo rubí en los arrecifes, amarillos naranja cubiertos por la espuma de las olas, vimos como dos hombre luchaban contra las olas en una débil barcaza a remo pensamos que el mar se los tragaría y resulto ser el Practico que habíamos pedido, mientras el otro hombre se quedó para controlar la pequeña embarcación.
El Practico era hombre de color de alguna edad a quien alegres entregamos el control del buque, nuestra responsabilidad había cesado, fuimos a babor por la población de San Luis, los pequeños muellecitos de las casas estaban llenos de gente que miraba entrar al crucero.
Al entrar por el canal con la proa hacia san Andrés que va tomando proporciones de gran ciudad. Notamos más simetría y avenidas bordeadas de árboles de misericordiosa sombra, tan encantados estábamos que al casi no vimos cuando el llegamos a encallar, ¡BAJO, BAJO! ¡Varados, estamos varados! Acudimos al Practico y lo encontramos sonriente, clamado y con la vista en la proa, dio instrucciones al timonel y no cabía duda flotábamos y lo que era más asombroso avanzamos, interrogamos al calmado hombre que por toda respuesta sonreía y nos hacía callar con la mano en alto, teníamos ganas de acometerlo a puñetazos, pues parecía alguien que fuma un cigarro en una playa tropical, mientras nosotros solo vemos las amenazantes piedras blancas, negras, verdes y azules cerca de nuestra quilla.
La máquina seguía a marcha media, mientras veíamos el amenazador fondo de rocas, la precisa diafanidad de las aguas nos permitía ver hasta la vegetación del fondo del mar, cuevas, montes colinas, prados, la vida del fondo del mar, jamás y nunca en ninguna parte del mundo habíamos visto aguas tan puras, transparentes como el cristal de roca, son espejos líquidos de inmenso valor, espejos en los que se miran ángeles, al son de celestiales arpas que acompañaban a este pobre buque, aguas de color esperanza, cuando queréis prometer, color rosa cuando queréis consolar y color de azahares cuando habláis de inocencia virtud, candor y venturas, aguas tranquilas capaces de inspirar poemas, canciones y los más hondos anhelos.
Solo nos sacó de la honda ensoñación que el contemplar tal belleza nos había llevado la voz del Practico: “PARA” estábamos sobre un banco de arena blanquísima como el mármol y a su lado fondos de piedra que harían saltar el ancla en mil pedazos, el practico se dejó llevar por la corriente y a su señal dejamos caer el ancla que se acuno en el fondo marino como en una cama de algodón entre arrecifes de coral y descansamos, esta ancla tenía sus uñas hundidas en la tierra y la cadena se arrastraba sobre la superficie del fondo, podíamos contar los grilletes y eslabones, tal era la asombrosa transparencia de estas aguas.... (continuara)